En busca del estado perdido-La Ciudad Invisible

Es sábado por la mañana, hace frío, una ligera niebla cubre a la gran metrópoli. Lleno el termo de café humeante -oaxaqueño- unto mi clásica galleta de jalea de cacahuate, me encanta la mezcla de sabores, me despierta cada sorbo que doy y disfruto del energético snack.

Hablo con mi acompañante me dice que no hay tráfico, llegaremos pronto a nuestro destino, la casa de mi viejo amigo Sergio Ruiz, para mi gusto, el mejor serigrafista mexicano. El tramo no es largo, desde La Anzures hasta la colonia Morelos I, por Nicolás Bravo y Lecumberri, en pleno Centro Histórico capitalino, el Waze nos manda por Paseo de la Reforma-Juárez-Lázaro Cárdenas-Donceles hasta el cruce con Nicolás Bravo.

Voy animado, los muros que exprofeso se crearon en la oficina para albergar arte pronto estarán vestidos, quizá, con Arévalo, Vargas, Cuevas, Colunga, desde luego mi favorito, el surrealismo fantástico de Mario Martín del Campo, entre sorbo y sorbo a mi bebida caliente proceso las imágenes de cada cuadro.

Sin dejar mi termo, observo la gran ciudad, señorial, bella, con colores amarillos y naranjas que nos anuncian el día de los muertos, la ruta luce bella, flores de cempasúchil oliendo al por mayor y efectivamente las vías con poco tráfico. 

Rápidamente nos adentramos en el centro histórico, por Donceles, se aprecia el ajetreo de los comerciantes abriendo sus negocios, muchos, librerías de usados, equipos para el fotógrafo y desde luego la obra de estos, pasamos el imponente primer cuadro y de pronto nos adentramos en otra ciudad, calles destrozadas, mal olientes, casas abandonadas, en su mayoría grafitadas. Es pleno corazón de la ciudad más importante de México.

La escena me hace recordar mi terruño la llamada ‘Perla de Occidente’ Guadalajara, que al igual que la Ciudad de México, sus barrios centrales lucen en abandono. Zonas como Santa Tere, Capilla de Jesús, Mezquitán, Analco, La Perla, Oblatos, por citar algunas, que decir de la calle 40 en adelante, están totalmente en el descuido, a nadie le importan, esas zonas no son las que incumben a las autoridades porque no son visibles.

Los mexicanos somos clasistas, en la capital es común la expresión de que ‘el código si importa’ refiriéndose al postal y en Guadalajara el de ‘de la Calzada para allá’ fijando es ominosa frontera social de la Calza de Independencia.

Autoridades con la complicidad de la población, han segregado a la sociedad; en la Capital los ricos en el poniente y sur, en Guadalajara al poniente en barrios amurallados como las Puertas – de Hierro, Plata, del Bosque, Valle Real- generadoras de un mayor distanciamiento social mediante la creación de microcosmos ajenos a la realidad de las urbes.

La arquitectura y el urbanismo no es integrador en estas tan separadas ciudades, por el contrario, cada vez se amplía la distancia con la aparición de nuevos apartheid en los que se ofrece -prácticamente- no convivir en sociedad. Pareciere que es un plus el concentrar en pequeños modernos barrios -amurallados vigilados por guardias blancas- a los habitantes que apuestan distancia a la esencia de lo que nos une, como si la frivolidad que da la separación es suficiente para ignorar las enormes diferencias que se viven fuera de bardas.

La voracidad de los desarrolladores y autoridades, han impedido que las ciudades evolucionen armónicamente, en la convivencia cotidiana, en paseos en los parques, iglesias, centros deportivos, porque en estos se reúnen personas que con independencia de su condición económica logran que las diferencias se pierdan y solo se hable de capitalinos o tapatíos sin importar el código postal o si es de la calzada para allá.

Le doy un sorbo al café, noto que su sabor es amargo seguramente por ser testigo de la relegación, del descuido, de aquello que no le significa a la autoridad, llegué, estoy en la Ciudad Invisible.