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- 18/03/2021
Caleidoscopio- El respeto, valor supremo

En anterior colaboración abordábamos la pertinencia de reflexionar colectivamente, en todo género de espacios y foros, a propósito del inminente arribo de nuestra patria a su primer bicentenario de vida como nación independiente, respecto del tipo de sociedad que deseamos ser.
Se advierte enriquecedor un ejercicio de retrospección histórica que nos permita identificar nuestras fallas como conglomerado social, los desaciertos en que repetidamente incurrimos, así como en las omisiones y excesos que, generacionalmente, gobernantes como gobernados hemos cometido, con la consecuente resultante de una comunidad en que campea una insultante, triste y dolorosa desigualdad en todos los órdenes.
Sería deseable que ese ejercicio colectivo de diagnóstico arrojase luces claras a partir de las cuales delinear los ajustes, los correctivos, la proscripción y el eventual castigo de todo orden de prácticas nocivas, en el entendido de que grandes males demandan remedios de una dimensión y un alcance similares.
Más trascendente aún resultaría que, a la par de la construcción de un andamiaje legal contendiendo los correctivos acordados plural y colegiadamente, se adoptara, de manera individual, un compromiso intrínseco por cada mexicano, en el sentido de observar a pie juntillas las normas que permitan, en el país entero, una convivencia armónica, sana, plural y progresista.
Tal vez lo primero derivara en lo segundo; sin embargo, el convencimiento pleno, auténtico, arroja muchos mejores resultados que las actuaciones derivadas de las presiones e imposiciones.
Una elemental ojeada de nuestro devenir como colectivo nacional, nos muestra la gradual pérdida de valores lo cual ha traído aparejada, como cauda funesta, una creciente descomposición social y una inexorable degradación individual de las cuales encontramos múltiples testimonios día con día en cada palmo del territorio nacional.
En contraparte, en México se ha cultivado, a través del tiempo, la más variada gama de expresiones dignificantes de nuestra condición humana, valores que redimensionan nuestra calidad de sapiens; así lo avala la historia. De entre ese luminoso haz de valores, destaco el que podría calificarse como el padre de todos ellos, el valor non: EL RESPETO.
Desde esta óptica, el caldo de cultivo en que ha fermentado la descomposición social, es el que se generó a partir de la pérdida del respeto entre los mexicanos.
Lamentable y frustrante observar que los antivalores del agandalle, de la prepotencia, de la indiferencia, de la violencia y del mismísimo desprecio por la vida entre un cúmulo formidable de ellos, se han instalado en el actuar social y crecen peligrosamente, amenazando desbordar de una vez y para siempre el dique contenedor encarnado en el buen juicio y las leyes.
Ahí está la ruleta de botones de muestra que van desde el desdén por los mandamientos de tránsito, la apropiación individual de espacios públicos, la evasión del pago de impuestos, la distracción y el hurto de dineros públicos, la tramposa ocupación de espacios reservados a personas con discapacidad, los fraudes, el cobro de derecho de piso y la extorsión, hasta llegar al secuestro y el mismísimo homicidio.
Por todo lo anterior, se antoja imperativa la necesidad de instalar y acaso inocular elementos de concordia en el ánimo colectivo que deriven en la dilución de los apocalípticos antivalores referidos y, naturalmente, en un resurgimiento de expresiones de respeto en la vida pública como privada.
Corresponde a quienes tienen el poder y los medios para ello, imaginar, diseñar, proyectar, ejecutar y pulsar una colosal campaña de divulgación que condene la práctica de los degradantes antivalores y que exalte y aliente la cultura del respeto, llevando aparejadas la dignificación comunitaria y la armonía colectiva. Ahí, a la espera de ser utilizadas, están las herramientas de las cuales echar mano: las redes sociales, los tiempos oficiales en radio y televisión, los medios impresos y la publicidad exterior, entre otros.
Pareciera un momento tardío para ello; empero, la sabiduría popular sugiere que más vale tarde que nunca.