En Busca del Estado Perdido – Las ideas bajo ataque

El diseño de una república está dado para que los poderes funjan como una especie de balanza en el intento de equilibrar sus fuerzas. Hay muchos pensadores, filósofos y politólogos que consideran que el poder absoluto es igual a la corrupción absoluta.

Un Estado democrático es reconocido no solo porque sus autoridades sean resultado de un proceso de elección ciudadana sino también porque el ejercicio de gobierno tenga la cualidad de constitucional, legal y de permanente consulta a los gobernados en donde todas las posiciones importan, incluso la de aquellos que dicen que no les interesa lo público, esto al final se traduce en una posición política, así la República se nutre de las ideas y legítima sus decisiones.

Los equilibrios son necesarios, marcan límites al absolutismo que es la forma más destructiva de una democracia. No hay nada peor que las decisiones de una sociedad queden en manos de una voluntad sin que permita el debate de las ideas, mucho menos el análisis de la constitucionalidad o legalidad de su actuar.

Los fundadores en aquel lejano enero de 1824, crearon nuestra nación pensando siempre en un régimen de autocontrol que garantizara las libertades como la personal, la propiedad privada, la religiosa, de trabajo, la manifestación de ideas, entre muchas más. El proyecto se sustentó en la existencia de tres poderes que fuesen vigilantes uno del otro mediante mecanismos de contención: La Corte, El Ejecutivo y el Legislativo, la intención no era limitar los abusos sino eliminarlos.

El proyecto de nación no ha cambiado, es el mismo. Poderes, división, control, debate, libertades, en esencia, democracia. Esto significa que el centro de la actividad del estado -al final somos todos- debemos de ser nosotros mismos, para que sin temor expresemos lo que pensamos escuchando lo que otros opinan, creando con ello el círculo virtuoso de la dialéctica. Este ejercicio maduro, argumentativo, en el que todos aprendemos, requiere de un valor fundamental, sin el cual es inútil su conformación, se trata de la tolerancia.

La tolerancia no es más que el respeto a las opiniones, ideas y actitudes de los demás, aunque no coincidan con las propias; implica la práctica del razonamiento como un deber de respeto que necesariamente debiese ser un atributo de quien gobierna, sea por elección o designación, pues cuando está ausente surgen expresiones de rechazo e incluso odio.

El 2024 está a la vuelta de la esquina, habrá que tener en cuenta si el actual gobierno nos permitió el disenso, el debate, el equilibrio republicano, la manifestación de ideas, en suma, si como ser humanose me respetó por pensar diferente.

Puedo o no estar de acuerdo con el Tren Maya, el Aeropuerto Felipe Ángeles, la Reforma Eléctrica, la Refinería Dos Bocas, en debilitar al INE, en frenar el poder de la Corte, pero a todo esto tengo la plena convicción de que mis ideas -equivocadas o ciertas- deben de ser oídas, respetadas, pero sobre todo toleradas.

Pensar diferente de quien gobierna no me hace su adversario, por el contrario, juntos -disidentes y adeptos- construimos el país que en 1824 se proyectó.

Tengamos en mente lo vivido y tomemos decisiones en el 2024, la que será sin duda la elección más importante de la historia patria.