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- 25/03/2021
¡Fuera cadenas!-¿Qué es eso que escuchamos?

Lo escuchamos todo el tiempo, casi siempre con una concepción negativa. Se le asigna este calificativo indiscriminadamente a personas, políticas públicas, regímenes de gobierno. Se pretende descalificar con su uso, pero ¿sabemos qué es?
El populismo está en todos lados: en la radio, en las revistas, en la televisión, en las charlas con los cuates, ¡hasta en las paradas de camión! Pretendemos descalificar a alguien o algo diciéndole que es populista. Se asigna sin reparo alguno a toda aquella postura política que no gusta; se desecha, sin más, una ideología política al tildarla de populista. Pero, como lo dije ¿qué es eso?
Hace unos días, se publicó la obra la doctora Guadalupe Salmorán: Populismo, historia y geografía de un concepto. Allí, hace un estudio magistral del concepto del populismo y, nos advierte, no hay una definición clara. Pero, de lo que vemos, el populismo no es necesariamente algo negativo. De él pueden obtenerse algunos beneficios, aunque sí debemos tener cuidado de sus “puntos débiles”. Por ello, creo importante compartirles algunas ideas que obtengo del libro (las cuales sintetizo de la mejor manera posible, pues la obra es sumamente rica).
El populismo clásico se forma con motivo de la industrialización de países como Rusia o Estados Unidos cuando adoptaron el modelo capitalista en el siglo XIX. Ello generó un grupo social “olvidado”, compuesto generalmente personas del campo, y un grupo “opresor”, quienes son oligarcas pues controlan los medios de producción. Esta corriente de populismo pretendía reintegrar a esa minoría excluida del centro donde se toman las decisiones políticas.
Por su parte, el populismo latinoamericano se originó en la primera mitad del siglo XX, derivado de un proceso similar de polarización social derivado de la industrialización. Sin embargo, a finales del siglo pasado y a inicios del presente, el concepto del populismo latinoamericano cambió.
Actualmente, pareciere que se le asigna la etiqueta de “populista” a toda corriente política o persona que: propone la defensa de los intereses del “pueblo”; ejerce un estilo político demagógico, pues pretende obtener el apoyo social por medio de halagos, apelo a perjuicios, las emociones o creencias de la gente; emplea una estrategia política para conseguir el favor popular con programas clientelares, y no parece tener una clara posición política, pues se limita a decir con qué no está de acuerdo, mas no señalar específicamente con qué sí lo está. Sobre este último tema, discursivamente el populista parece proponer un cambio radical en la organización política-económica, aunque, en la realidad, suele mantener las relaciones preexistentes.
A pesar de esta definición “moderna” latinoamericana, no podemos afirmar que sólo los populistas son quienes emplean programas clientelares, o sólo los populistas son quienes apelan a un “amor por el pueblo” ni que sólo los populistas son demagogos. Prácticamente cualquier corriente política pretende actuar en beneficio del pueblo o, de alguna forma, emplea programas clientelares. Es decir, no podemos decir que alguien es populista por el simple hecho de que su estilo de liderazgo coincide con algunas de las características que acabamos de decir.
Ahora, veamos algo: lo que sí hace el populista es impulsar la adopción de mecanismos de democracia directa, llámese referéndum, plebiscito o, en el caso mexicano, la consulta popular (pero recordemos que la consulta popular mexicana fue creada en el 2012). De la mano con esto, el populista pretende incluir al ejercicio del poder a aquellas personas que han estado históricamente excluidas de él. Sin embargo, el populista enfrenta al “pueblo” a los “enemigos” que atacan sus intereses y, por ende, su bienestar. Además, el populista tiende a debilitar algunos mecanismos democráticos, como los pesos y contrapesos.
¿Entonces el populismo es enemigo de la democracia?, no, no necesariamente. El populista pretende por un lado brindar herramientas de participación ciudadana para acercar a los más excluidos a los centros de las tomas de decisión política. Esto es sumamente valioso. Habrá, como en todo, actitudes que nos parezcan antidemocráticas del populista, pero no por eso hay que llegar al simplismo de calificarlo como populista y desechar sus propuestas; lo correcto sería confrontarlo con propuestas. ¿Apoco los no-populistas son enteramente democráticos?
TFA