En Busca del Estado Perdido-El derecho como base del Estado

El Estado es una organización que se encuentra integrada por cuatro elementos: gobierno, pueblo, territorio y ley.

Dentro del Estado se da la convivencia de los factores vivos -gobierno y pueblo- bajo bases fundamentales que se encuentran como principios en la Constitución. Por ello la frase de que la Constitución lo es todo, es verdadera pues en ella se contienen los derechos y obligaciones de quienes conforman un Estado, el ideal, es el que tiene una estricta observancia en su Constitución porque al seguir los lineamientos que esta contenga -las leyes secundarias y consecuentemente el actuar de los gobernantes- será en estricto apego al derecho. Pero ¿eso de que nos es útil?, es tan útil que da certeza en el actuar de todos los que lo conformamos; el derecho garantiza la convivencia con fines comunes y objetivos de estado pues ¿quien no quiere ver a un México fuerte, legal, sin corrupción, con debate abierto de las ideas?

Mientras en los países en donde hay una alta observancia de ley su preocupación radica en el comportamiento de sus fuerzas armadas en el exterior -crímenes de guerra, respeto a los derechos humanos en combate- en el nuestro su ausencia se ve en los miles de homicidios, robos y desapariciones que a diario vivimos.

El derecho evita que impere la ley de la selva y que en su lugar gobierne la razón.

Nuestro país vuelve a estar entre los peores calificados por la inobservancia al derecho. La ilegalidad no solo se mide en la falta de aplicación de la norma, sino en la toma de los espacios que pertenecen a la colectividad por grupos que se los apropian a la fuerza de la violencia. En México somos sujetos de todos los crímenes -abuso de autoridad, trafico de influencias, corrupción, robo, secuestro, homicidios- todos los días a todas horas ocurren sin consecuencias.

Este año el informe del World Justice Project  (WJP) nos pone en el lugar 113 a nivel mundial -bajamos un lugar, el año pasado estuvimos en el 112- lejos de las naciones que son orgullosas de sus sistemas constitucionales sabedores que su sometimiento a la norma máxima garantiza la sana convivencia.

Son demasiados los agravios que como pueblo recibimos: De los peores en legalidad, en corrupción, en violencia, en medio ambiente, en igualdad, en oportunidades. La lista es larga. Quizá porque lo toleramos o -peor aún- que lo provocamos. Somos parte.

La semana pasada no publiqué esta columna, es tanto el desencanto que en ocasiones desanima a seguirlo haciendo. Quisiera encontrar cosas que valgan la pena, pero no las hay.

El trabajo del abogado no se finca en las simpatías que se tengan con quien decide un caso sino en la busca de la aplicación de la ley, probando que le asiste la razón.

México es un país de mafias no solamente en el narcotráfico, trata de personas o contrabando, sino en los Tribunales. Abogados que se dedican a fabricar acusaciones para después vender la absolución o los que intentan apoderarse de patrimonios construidos decentemente por décadas, apoyados por fiscales y jueces en espera de su tajada o en obediencia al interés político.

Estamos lejos de alcanzar una condición optima del cumplimiento de la norma, nuestro panorama tristemente es desolador. Seguirá el reino de los poderosos, de las mafias, de quienes no ganan, sino que arrebatan, de la violencia, del atropello, porque no ha existido -por siglos- un gobierno que en base al derecho ordene al Estado.

Mientras tanto, sálvese el que pueda.