Transitorios-Categoría 2

La semana pasada la Administración Federal de Aviación de Estados Unidos FAA, redujo a categoría 2 la calificación para México, por no haber cumplido con todas las condiciones de seguridad para nuestras operaciones aeronáuticas. Esto no es nuevo, ya desde el año 2010 se había tenido una degradación similar de la categoría de seguridad para la aviación mexicana por parte de la misma agencia estadounidense, la cual se revirtió en unos cuantos meses.

En un mundo tan competido como lo es el de la aviación, en el que los espacios o asientos de avión son bienes en verdad escasos con los que las aerolíneas buscan mejorar su productividad y sus ingresos, particularmente en vuelos internacionales, la degradación que acabamos de sufrir parece ser más bien un ajuste para apoyar a las aerolíneas norteamericanas que han sufrido muy graves problemas por la cuestión de la pandemia, en un mercado deprimido por la caída de los flujos turísticos entre los dos países, pero con mayor impacto en el número de turistas norteamericanos que México recibe. Es obvio que quien establece las reglas de seguridad siempre tendrá una mejor posibilidad de otorgar calificaciones diferenciadas.

Esta degradación impacte entre otras cosas, la puesta en marcha del nuevo aeropuerto de Santa Lucía, que es una de las principales obras de la actual administración federal, y de no revertirse esta situación, ese aeropuerto sólo podrá operar en vuelos nacionales, naciendo con una desventaja estratégica que le sería muy difícil remontar.

Lo que debemos hacer es tratar de solventar lo más pronto posible las observaciones, corregir las deficiencias y obtener nuevamente la categoría 1 para no afectar aún más a la actividad del transporte aéreo, particularmente en las apreciadas rutas entre México y Estados Unidos.

Muy cierto es que está decisión de degradar la categoría de la seguridad de la aviación en México, afecta principalmente a las aerolíneas, a los grupos aeroportuarios, pero también de manera particular a la actividad turística del país. Datos duros nos dicen que más del 75% del turismo extranjero que recibe México proviene de los Estados Unidos y ello implica una dependencia preponderante de ese mercado.

Varios son los elementos que afectan negativamente al turismo: el primero y seguramente más significativo lo representa una pandemia. México en un lapso   de una década ha padecido dos, y la primera generada en el País, tuvo efectos muy negativos por varios años en la actividad turística, particularmente en destinos de playa, que son los más frecuentados y demandados por los viajeros norteamericanos. Sobre el coronavirus, será difícil establecer la afectación real al turismo, por lo menos en el corto plazo.

También la inseguridad y las noticias que sobre ella existen, afectan significativamente el flujo turístico, pero ante una realidad desafortunadamente cruda y con poca perspectiva de mejorar, la inseguridad se convertirá en el factor a vencer para evitar perder competitividad en los mercados internacionales y nacionales del turismo.

Hay destinos que están fuertemente estigmatizados y se perciben como inseguros: Cancún, Puerto Vallarta, Acapulco entre otros, se han visto afectados por noticias de alto impacto, derivadas de la inseguridad que está presente en todo el país, pero que, para la principal actividad económica de estos lugares, es vital tratar de revertirla. Existen muchos empleos y condiciones de bienestar en riesgo de perderse para las personas que dependen del turismo.

Aquí es importante la participación de todos los sectores involucrados, particularmente de la hotelería y de los esquemas de propiedad vacacional, que tienen como sus clientes principales y fuente de ingresos, a los turistas de los Estados Unidos de América, a quienes siempre habrá que cuidar al igual que a todos los demás, y en el caso de que sea necesaria una revisión y ajuste de las condiciones de seguridad de la aviación en México, deberá actuarse rápido para evitar que, este sector particularmente golpeado en los últimos tiempos, termine por colapsarse o rezagarse en relación a la dinámica de crecimiento que  venía observando hasta antes de presentarse la pandemia.