Breve, pero a fondo-Respetar al migrante ¡carajo!

Breve, pero a fondo-Respetar al migrante ¡carajo!

La relación de México con Estados Unidos es por demás compleja, es casi como la de un noviazgo que en ocasiones derrama miel y en otras, destella pasión. El amor y el odio conviven entre estas dos naciones vecinas, como si fueran una pareja, que en ocasiones se mece en la armonía del diálogo y el entendimiento y, en otras, se convulsiona por las diferencias y la confrontación.

El tema migratorio era uno de esos temas que casi invariablemente generaba roce en la relación bilateral. Si en el pasado, el gobierno de México respetó el derecho de los migrantes a desplazarse libremente por su territorio en su andar hacia la Unión Americana, hoy ha levantado todo tipo de obstáculos para frenar ese tránsito, que de por sí, es peligroso y a veces mortal. Y todo, para evitar el pleito.

Aún retumban las palabras del entonces presidente Donald Trump, que calificaba sin mesura a los mexicanos de violadores, y que en tono altanero nos amenazaba con cerrar sus fronteras al comercio, si no se hacía algo para parar en seco los ríos de migrantes que se organizaban en Honduras o Guatemala, y que partían desde Tapachula, Chiapas hacia los Estados Unidos.

Sin duda, los amagos llegados desde Washington han tenido un efecto contundente en la política migratoria del presidente mexicano, quien no ha dudado en responder con acciones de fuerza, para detener en el camino a estas caravanas y de paso, desalentar desde sus países de origen, estos flujos migratorios.

El gobierno mexicano ha optado por llevar las cosas en paz con su vecino del norte, privilegiando esa parte que derrama miel y evitando a todo coste caer en episodios de confrontación, que pudieran dañar la integridad de la relación.  

Lo visto el fin de semana en Tapachula, es sólo una muestra ejemplar, por decir lo menos, de que ahora no será tan fácil para los miles de migrantes, muchos de ellos, niños y mujeres, pasar por México para llegar a su frontera norte, en una travesía larga y penosa.

Pero aún sin llegar a esos caminos que los lleven a Roma, los migrantes ya se topan con un muro policiaco para evitar que ese masivo flujo migratorio llegue siquiera a la puerta trasera de la potencia económica mundial, donde otros cientos, si no es que miles, ya se encuentran hacinados en precarios campamentos levantados en ciudades fronterizas como Tijuana y Ciudad Juárez.

Ahí ya se asientan comunidades enteras de haitianos y cubanos, entre otros, cuyo reclamo para que se les deje entrar a Estados Unidos, se estampa en oídos sordos. También, cientos de mexicanos buscan superar los altos muros y alcanzar ese paraíso donde puedan encontrar lo que aquí les falta, y que no es poco.

Sociedades enteras luchan por sobrevivir en este holocausto de necesidades, agudizadas por una pandemia que se aferra con llevarse a miles de personas todos los días, incluyendo a aquellos que pelean por el sustento familiar.

Sabemos que hay una advertencia de Washington, que seamos nosotros los que contengamos de manera irracional estos ríos de gente, que sólo buscan vivir con decencia y con trabajo.

Desde la cúpula de Palacio Nacional se asegura una y otra vez que la relación con Estados Unidos es “muy buena”, “inmejorable”, “histórica”. Pues si la queremos mantener así, México tendrá que seguir coartando la libertad de movimiento, esa libertad de migrar, de transitar, ir de un lugar a otro, al que mejor convenga.

Ninguna coyuntura política debe hacernos olvidar que el fenómeno migratorio sigue vivo, y que es imperativo crear las condiciones necesarias, que no ideales, para mitigar las causas que obligan a miles a dejarlo todo.

En otras palabras: llueve, truene o relampaguee, se tendría que hacer algo para ayudar a esos miles de migrantes a lograr su objetivo, no cerrarles el camino que los conduzca hacia su plena felicidad.

¡Carajo!, hay que respetar al migrante.

Apunte final: Reconocimiento a quienes optaron por quedarse, sin más armas que la voluntad y un deseo inquebrantable por salir adelante. También solidaridad a aquellos que fueron abandonados a su suerte, sin importar que, con ello, se les fuera la vida.

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