En busca del estado perdido-El Veredicto

Centro de la opinión pública en las últimas semanas ha sido el juicio de Genaro García Luna, otrora, poderoso Secretario de Seguridad Federal, a quien se le acusa de colaborar con cárteles mexicanos. 

Sin darnos cuenta o eludiendo la realidad, a quien realmente se está juzgando en Nueva York no es a García Luna si no a México.

Ante el jurado han desfilado decenas de testigos -miembros de cárteles o exfuncionarios públicos- que afirman haber sobornado -con millonarias cantidades- a autoridades mexicanas de todos los niveles, recibiendo a cambio su protección -Presidente, Secretarios de Estado, Fiscales- de ser cierto lo que probarían es que somos un narcoestado.

No se puede negar que regiones enteras del país están en manos del crimen organizado, la guerra es contra un poderoso enemigo que hasta ahora nos lleva delantera en la batalla ideológica -miles ¿millones? los admiran, hay corridos, series, películas, novelas, libros, se placean, reclaman su posición social- solo les resta concluir con la victoria en las armas, en una confrontación que por cierto fue iniciada a petición -justamente- de nuestros vecinos norteamericanos.

La gran encrucijada es grave: si por un lado declaran culpable a García Luna en base a los dichos de los testigos se estaría reconociendo, como verdad legal, todas las teorías depuestas -entre ellas los supuestos acuerdos a las más altas esferas-, pero si lo absuelven se dejará en libertad a uno de los más claros violadores de derechos humanos del país, fabricante de delitos, para muestra el caso Israel Vallarta.

La condena también implica la poco creíble hipótesis de que los norteamericanos, con todo su sofisticado aparato de inteligencia, fueron engañados por Genaro García durante 18 años, plantando -por un lado- cara en la lucha al narco y -por la otra- ayudando a los cárteles en sus criminales actividades, ¿De verdad no lo sabían?

El debate se centra en reconocer que la política prohibicionista no funciona, que el Estado Mexicano está en grave riesgo -los jóvenes, instituciones, democracia, ejército- sujetos a los embates de la delincuencia, basta ver el número de desaparecidos, sus edades, lugares, actividades, -a todos se llevan- la intervención en los procesos electorales -financiando u obligando-, la tentación permanente a las fuerzas armadas o los actos de extrema crueldad que haría que los SS de la Segunda Guerra Mundial palidecerían.

Al dilema se suma el pedimento de 21 fiscales estatales de la Unión Americana que han formulado al gobierno del Presidente Biden para que declare terroristas a las organizaciones criminales mexicanas -evidentemente el mejor soporte es un veredicto condenatorio- de aprobarse, las autoridades y particulares involucrados serían igualmente perseguidos como terroristas conspiradores -no como infectos-, además, facultaría al Ejecutivo estadounidense para dirigir ataques específicos por mar, tierra y aire en territorio nacional, sin importar la soberanía mexicana. 

El tema no es menor; con responsabilidad, conciencia e información, nos debemos cuestionar si es dable seguir prohibiendo la producción y venta de las drogas o si es momento de legalizarlas, como en su momento fue el tabaco, alcohol y la marihuana.

El Estado mexicano fue acorralado en un callejón sin salida, las opciones son perdedoras, el origen, sin duda, la ausencia del imperio del derecho, ese que nos hace iguales a los desiguales, que extingue la impunidad, que sanciona al inmundo.

Esta semana el veredicto.