En busca del estado perdido- Familia

En busca del estado perdido- Familia

He sido litigante desde 1983. Curiosamente, desde el inicio de mi ejercicio profesional siempre he patrocinado asuntos controversiales, muchos de ellos del dominio público.

Recuerdo mi primer gran caso, la lucha por la herencia de un acaudalado alteño, la cual, litigio de por medio, fue distribuida de manera justa entre las partes.

Después la adquisición hostil de una empresa pública, el rescate carretero del norte del país, la compra de un equipo de futbol, sus derechos televisivos, recuperación de corporaciones, defensa de compras bursátiles, de Gobernadores, un Presidente de la República, una importante fundación, recuperación de una universidad, quizá el mayor reto, hasta ahora, la indemnización a favor de los familiares de los 8 mexicanos muertos por un error de la inteligencia del ejército egipcio, si en México es complicado en Egipto fue una lucha absolutamente desigual, pero se logró. Lista larga de juicios, mucha actividad, experiencias únicas. 

La abogacía me ha permitido contribuir en juicios ante Cortes canadienses, estadunidenses y europeas, en las que se percibe un ambiente de respeto mutuo, camaradería e incluso reconocimiento. 

En todos los casos, hecha excepción en el extranjero, hay un común denominador, pocos de los vencidos actuaron civilizadamente ante su derrota, los más buscaron la revancha.

Es la vida del litigante. Nuestra actividad implica que convenzamos a las personas más conversadoras –jueces, magistrados y ministros– de que la postura jurídica que patrocinamos es la correcta y así satisfacer las pretensiones de quien representamos. El transito profesional no es terso, hay sinsabores de toda naturaleza, incluso dentro del propio equipo, el estado de alerta es permanente hasta que se vuelve costumbre.

Durante todos estos años el mayor refugio lo encontré en la familia; no hay mejor satisfacción que regresar a casa al reencuentro con seres amados que sin condición ni objeción arropan. El peso de ese núcleo ancla a cualquiera, sin importar actividad o condición, éxito o fracaso, siempre están ahí, nobles, dispuestos, atentos.

El eje central de la felicidad es ver a los nuestros dichosos, es el fin natural del hombre, es la razón del esfuerzo, no hay otra.

Traigo a la memoria los conceptos en torno a la familia inculcados por nuestros viejos, esos nacidos al inicio del siglo pasado, que con sus principios fomentaron la cohesión de una sociedad con valores, como el respeto al prójimo, a lo ajeno, a la religión, a nuestras tradiciones, la bandera, la patria, el himno nacional, la filantropía, la ayuda al más necesitado –entre tantos otros– fomentando la moral social, ausente en la actualidad.

Observemos, es impresionante el grado de crueldad: brutal bullying entre adolescentes, peleas callejeras, ejecuciones, maltrato animal, la descomposición es creciente, nos olvidamos del origen, nos centramos en el yo, pareciere que es lo único que vale.

Volver al inicio, lo valioso, lo que nos da sentido, en esos seres maravillosos que unidos forman lo que llamamos familia, es sin duda la vía adecuada para reconstruir esta extraña sociedad que cada día se desintegra. 

Añadido:

El Presidente López Obrador, genio en el manejo de los medios, avivó la carrera por la sucesión al anunciar el cierre de filas en torno de la o el abanderado. Eso muestra su mano derecha ¿Qué estará haciendo la izquierda?

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